Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, diciembre 14

La ofensiva ciudadanista

El 24 de junio saltó a la palestra la plataforma ciudadana “Guanyem Barcelona”, edificada en torno al atractivo mediático de Ada Colau, la delegada más televisiva de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas; el enésimo acto de la comedia electoral hispana tenía lugar en medio de patéticas advertencias contra la ofensiva neoliberal e indignadas promesas de cambiar las reglas del juego político, de romper la relación íntima de la administración pública con los grandes intereses privados y, en fin, de rescatar “la democracia”, el sistema político nacido de la reforma pactada de la pasada dictadura, todo ello pronunciado con el tono de la mayor sinceridad. Parece que el ciclo abierto durante el 15M haya llegado a su más lógica conclusión. La incapacidad de la vieja política en resolver los problemas económicos de las masas desclasadas, rebautizadas como ciudadanía, obliga a la formación de un gran partido ciudadanista que ahora se concreta en diversas iniciativas refundadoras que cúpulas improvisadas difunden con la ayuda de equipos informáticos. Mientras las nuevas formaciones políticas se preparan para competir en las próximas municipales y autonómicas expresando así el anhelo de urnas de una supuesta clase ciudadana que se manifiesta a través de los movimientos sociales, vecinales y sindicales, podríamos tratar de explicar las causas de esta aparente transformación del escenario político, que habrá que buscarlas en las nuevas condiciones de existencia de las clases masificadas que hasta hoy habían constituido la base social del vigente régimen partitocrático.

En los países donde reinan las condiciones modernas de producción y consumo realmente no puede hablarse de clases, sino de masas, amontonamiento indiferenciado de residuos de clases y fragmentos de capas sociales, conformista y resignado a delegar la defensa de sus intereses en una clase política profesionalizada y enquistada en las instituciones. En esta etapa del capitalismo, que calificamos como desarrollista, el Capital y el Estado se fusionan originando un sistema político eminentemente bipartidista entremezclado con intereses financieros, turísticos e inmobiliarios. Es la partitocracia. Pues bien, el empobrecimiento de la parte más vulnerable de dichas masas ha provocado en la sociedad civil diversos movimientos autoorganizados al calor de los conflictos locales, ni lo bastante fuertes, ni lo suficientemente lúcidos como para prescindir del enjambre de militantes de viejos partidos frustrados, casi marginados, que han acudido a la lucha con la intención de instrumentalizarla, ni tampoco de las bandadas de nuevos militantes ambiciosos forjados en ellas. En resumen, la crisis social ha desgastado la imagen de la vieja política bipartidista, acelerando la descomposición de la facción socialdemócrata, uno de los dos puntales del orden político, hasta el punto de preocupar a la clase dominante, pero no ha creado un movimiento social independiente capaz de encarar los problemas con espíritu revolucionario.

En esas condiciones de crisis a medias entra en juego la nueva burocracia política ciudadanista que se segrega de las luchas sociales y pretende representar en los parlamentos y consistorios los intereses perdedores en la globalización económica. Dichos intereses varían de un escenario a otro, según vayan más o menos asociados, bien a los viejos partidos minoritarios que se alimentan del cadáver bipartidista, bien a las oligarquías regionales en pugna con el Estado central por cuestiones de impuestos y transferencias, es decir, están determinados por el grado de implicación en los conflictos secundarios dentro de la clase dominante en torno al modelo político o administrativo más eficaz para la economía. La disparidad de intereses ha dado lugar a diferentes proyectos, algunos limitados al ámbito municipal, como por ejemplo Guanyem Barcelona, otros como el de la CUP circunscritos en el área autonómica, y finalmente, otros con ambiciones estatales, caso del electropartido izquierdista Podemos. La impostura se desprende de un dato: no son sus futuros votantes quienes han elegido a sus candidatos; son más bien éstos los que con distintas estrategias han elegido a sus futuros votantes. Sorprende sin embargo que, aunque tales proyectos estén todos en su primera infancia, sus promotores adolezcan visiblemente de una vieja y conocida enfermedad, el cretinismo parlamentario, dolencia que introduce en sus desafortunadas víctimas la convicción solemne de que el presente y el futuro del país entero, de las masas y las clases, han de determinarse en función de la distribución del número de cargos electos en todos los foros institucionales, y que todo lo que sucede fuera de ellos, disturbios, huelgas, sabotajes, ocupación, revoluciones, guerras, etc., tiene mucha menos importancia que cualquier asunto, por nimio que sea, que en un momento dado ocupe la atención de los diputados o concejales reunidos.

De alguna forma las tentativas ciudadanistas han querido llevar las circunstancias críticas al punto en el que se encontraban antes del 15M. Para muchos sectores sociales afectados, particularmente el de la juventud con estudios precaria o en paro, la cantera mayor del ciudadanismo, el horror al desorden y la anarquía que intuyen en los violentos enfrentamientos con la policía habidos en los desbordamientos de manis callejeras, es más fuerte que la indignación ante la impunidad de la Banca, la magnitud de los recortes en Sanidad y Educación o la corrupción de la jerarquía partitocrática. En su intervención política subyace el deseo de impedir la formación de organismos sociales exteriores al sistema y fuera de control, o sea, verdaderamente autoorganizados, capaces de movilizar a las masas irritadas y desposeídas contra la clase dominante y el Estado. Su función consiste en detener la marcha de un antagonismo que no para de crecer, canalizando sus reivindicaciones, sus experiencias y sus impulsos hacia el pantano de la política. El desplazamiento de las escaramuzas territoriales y urbanas hacia los consistorios y los parlamentos, en suma, el relevo de lo social por lo político, trasluce precisamente la intención señalada de restablecer el orden en las coordenadas sociales anteriores a la crisis económica, pero como suele suceder, la decadencia del partido ciudadanista comenzará en el mismo momento de su triunfo. Mientras dure la crisis tiene la existencia asegurada; pero a condición de formar parte del juego y evitar que la baraja se rompa.

Los ciudadanistas no cuestionan el Capital, ni tampoco el Estado; quieren acomodar lo que llaman “economía social” en el primero, y tener cabida en el segundo, por la sencilla razón de que su base social, los sectores desclasados mesocráticos, se moviliza a condición de que no pase nada. Por razones electorales, pueden mantener un equívoco al respecto reivindicando acontecimientos rupturistas como los de Gamonal o Can Víes, pero siempre se separarán del hecho violento, atribuible por ellos a la policía o a minorías exaltadas no representativas. Las nuevas formaciones ciudadanistas no se plantean la acción y temen todas las iniciativas que conduzcan a ella. Su naturaleza mezquina y ambiciosa nada mejor en los estanques de la política, lejos de los peligros que acarrea la intervención en las luchas sociales. Creen que hacen lo que deben cuando no hacen nada práctico y se limitan al acto festivo y simbólico. Son expertas en espectáculos llamativos y ruidosos, como el que se intentó con las Marchas por la Dignidad, montajes cuya inanidad corre pareja al tamaño de sus pretensiones. Pero en la medida que hay espectáculo, deja de haber realidad. Eso lo sabe la clase dirigente, que en último extremo puede permitirse dominar a través incluso de partidos a la violeta, plataformas cívicas, coaliciones no oficialistas y demás “mecanismos de participación ciudadana” que en apariencia, pero sólo en apariencia, parecen contrarios a sus intereses, a no ser que los oprimidos rebeldes tengan en cuenta que la mirada dirigida y enaltecida por los medios, a veces alternativos, nunca es la de la libertad, sino la del poder, actuando en consecuencia. ¡Abajo el engaño ciudadanista!

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