Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

lunes, junio 17

Autopoyesis, autorregulación y anarquía

Primer texto del libro "El asalto al hades" de Casilda Rodrigañez (2010). Si bien Casilda aplica directamente el concepto de autopoiesis en la sociedad pasando por alto una extensa discusion en torno a esto, el texto no deja de ser bueno, porque nos plantea una inquietud con respecto a la forma en que vemos nuestra realidad. 

Quizá la palabra ‘autopoyesis’ resulte extraña para mucha gente.

‘Autopoyesis’ es un término utilizado por los biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela para designar la capacidad de la vida de auto-organizarse y de reproducirse a sí misma. Según estos autores, un sistema autopoyético es un sistema que en vez de ser programado desde fuera,se hace a sí mismo, pero que está abierto para recibir y producir. El sistema autopoyético se define, entonces, como una organización cerrada (que se hace a sí misma y no está programada desde fuera) y una organización abierta (que produce, da y recibe).

Para comprender qué es la vida, más allá de nuestra semántica, hay que comprender que las condiciones que permitieron la aparición y la consolidación de un ente orgánico son las mismas que pueden permitir su permanencia, su equilibrio estable, su autorregulación. Por eso la autorregulación, que es, a pesar de todo, un fenómeno sensible relativamente perceptible y asequible para nuestras mentes, nos acerca a entender el concepto de autopoyesis. La vida, pues, es un sistema autopoyético con capacidad autorreguladora, en otras palabras: ni hay creadores ni hay legisladores externos al sistema.

Un motor necesita que alguien lo fabrique, necesita una fuente de energía y alguien que lo active y lo maneje. Una fábrica necesita una financiación, un@s obrer@s, un director, jefes de departamentos, encargados, etc. Cuando decimos que algo tiene vida propia, entendemos que no necesita nada de eso; proviene de la misma vida, de una larga filogénesis: se autorregula y es un ente autopoyético.

Este es un eslabón importante de la metafísica. En el mundo material, no en el mundo de las ideas, la capacidad de autorregulación, es decir, la no necesidad de algo exterior que nos gobierne, es un correlato de la autopoyesis.

No hay ningún creador, ningún ente metafísico que haya creado, planificado o legislado los sistemas abiertos de la vida; ni ningún supervisor que se dedique a velar por el cumplimiento de ley alguna. El concepto de ‘ley’, incluido el de la ‘ley natural’, es una invención con una clara intencionalidad política y social, tanto en su origen histórico como en el presente.

Recordemos que ya en el colegio nos enseñaban que la primera ley escrita data de 1800 a.c. y fué dictada por un rey (Hammurabi) que supuestamente había sido instruído a tal efecto por el dios Marduk. También los mandamientos de la Ley de Moisés fueron presentados como provenientes de Yavé, el Dios de judios y cristianos, que ha jugado y juega un papel tan importante en nuestra sociedad, etc. etc.

No es casualidad que en nuestra lengua no exista una palabra de uso común para designar este fenómeno que ahora llamamos ‘autopoyesis’.

Desde hace 5000 años (sólo desde hace 5000 años, pues antes la civilización humana estuvo profundamente impregnada de la noción de autopoyésis), dicho fenómeno, dicho concepto, se ha excluído de la Realidad de la sociedad patriarcal que funciona según diversos tipos de leyes.

Sin llegar a acuñar un nuevo concepto, Kropotkin ya habló de la autopoyesis: Lo que se llamaba ‘Ley natural’ no es más que una cierta relación entre fenómenos que vemos confusamente… es decir, si un fenómeno determinado se produce en determinadas condiciones, seguiríase otro fenómeno determinado. No hay ley alguna aparte de los fenómenos: es cada fenómeno el que gobierna lo que le sigue, no la ley. No hay nada preconcebido en lo que llamamos armonía de lo natural. El azar de colisiones y encuentros ha bastado para demostrarlo. Este fenómeno perdurará siglos porque la adaptación, el equilibrio que representa, ha tardado siglos en asentarlo.

Kropotkin avanzó lo que ahora, desde distintos campos de la ciencia, los llamados teóricos del ‘caos’ y de los ‘sistemas auto-organizadores’ y autopoyéticos, están descifrando. Tras fijar toda su atención en el sol y los grandes planetas, los astrónomos están empezando a estudiar ahora los cuerpos infinitamente pequeños que pueblan el universo.Y descubren que los espacios interplanetarios e interestelares se hallan poblados y cruzados en todas direcciones imaginables por pequeños enjambres de materia, invisibles, infinitamente pequeños cuando se consideran los corpúsculos por separado, pero omnipotentes por su número. Son estos cuerpos infinitamente pequeños… los que analizan hoy los astrónomos buscando explicación… a los movimientos que animan sus partes, y la armonía del conjunto. Otro paso más, y pronto la gravitación universal misma no será más que el resultado de todos los movimientos desordenados e incoherentes de esos cuerpos infinitamente pequeños: de oscilaciones de átomos que actúan en todas las direcciones posibles. Así, el centro, el orígen de la fuerza, antiguamente trasladado de la tierra al sol, vuelve a estar hoy desparramado y diseminado. Está en todas partes y en ninguna. Como el astrónomo, percibimos que los sistemas solares son obra de cuerpos infinitamente pequeños; que el poder que se suponía gobernaba el sistema es él mismo sólo resultado de la colisión de estos racimos infinitamente pequeños de materia; que la armonía de los sistemas estelares sólo lo es por consecuencia y resultante de todos esos innumerables movimientos que se unen, completan y equilibran recíprocamente.

Con esta nueva concepción, cambia la visión general del universo. La idea de que una fuerza gobernaba el mundo, de una ley preestablecida, de una armonía preconcebida, desaparece y deja paso a la armonía que vislumbró Fourier : la que resulta de los movimientos incoherentes y desordenados de innumerables agrupaciones de materia, cada una siguiendo su propio curso y manteniéndose todas en equilibrio mutuo.

En nuestro mundo ‘caos’ y ‘anarquía’ representan el desbarajuste, la disfunción de lo que tiene que funcionar. En nuestra lengua, quieren decir falta de ley, haciendo ver que para que las cosas funcionen hacen falta ley y gobierno: es la fuerza simbólica de los conceptos, como diría Lacan.

La fuerza de una simbología que tiene por objeto fabricar una cosmovisión en la que perdemos contacto con la vida material, perdemos la confianza original en ella y el sentido del bienestar; y en cambio, nos hace aceptar la ley y rendir nuestras vidas a los seres superiores que nos gobiernan.

La ley es, relativamente hablando, producto de los tiempos modernos. La especie humana vivió siglos sin ninguna ley escrita… escribió también Kropotkin, añadiendo: Sin sentimiento y usos sociales, habría sido del todo imposible la vida en común. No fué la ley quien los estableció; son anteriores a toda ley. Ni los ordenó tampoco la religión; son anteriores a toda religión. Se hallan entre todos los animales que viven en sociedad. Se desarrollan espontáneamente por la propia naturaleza de las cosas… Surgen de un proceso de evolución…

Kropotkin tiene que dar un rodeo para explicar qué es la vida humana; tiene que decir que la vida humana funcionaba antes que la ley y que la religión, para demostrar que los sentimientos de solidaridad son propios de la vida humana y no producto de la ley. Estos rodeos son los que siempre tenemos que dar a falta de conceptos y de representaciones que expliquen la realidad con minúscula de la vida.

Por eso el concepto de autopoyesis implica una revolución de la semántica, al menos en esta cuestión: caos es armonía, eficacia, perfección.

An-arquía es la cualidad básica de los sistemas autopoyéticos, puesto que no hay entes superiores que dicten leyes ni las mantengan: no hay Poder: la vida es an-árquica. Las formas orgánicas son al mismo tiempo, caóticas y perfectas; caóticas porque no hay un orden predeterminado ni un patrón de conducta: no se fabrican con moldes fijos ni maquetas; y son perfectas porque realizan perfectamente los procesos vitales que sustentan.

Así pues, ‘caos’ y ‘perfección’,‘caos’ y ‘armonía’, no sólo no son calificativos excluyentes sino que están estrechamente unidos. Lo mismo que la ausencia de ley está unida a la armonía, porque los fenómenos naturales, la vida, es un equilibrio que ha tardado siglos de evolución en asentarse: esa es la razón de la armonía y de la perfección, y no la ley preconcebida.

El conocimiento de la vida, su condición autopoyética y an-árquica, se oculta en medio de una profusión de información y de conocimientos dispersos. Como si estudiásemos los órganos, los tejidos y las células de nuestro organismo por separado y nos ocultasen que forman parte de nuestro cuerpo, su función y su interrelación (armónica, an-árquica) como partes de un todo. De este modo, a pesar de todos los conocimientos –cada vez más específicos, más sectorializados, como si la verdad estuviese en el interior de cada corpúsculo sólido de vida, y no en la interrelación de sus formas y procesos, en su movimiento asociativo–, y a pesar de los avances tecnológicos para estudiar la vida, como decía Saint Exupéry, lo evidente permanece invisible; invisible, indecible e impensable porque nuestro mundo simbólico y nuestra semántica ocultan lo que es la vida. Y se oculta, porque si los seres vivos tienen como cualidad la autorregulación, y si su agrupación, por muy compleja cuantitativa y cualitativamente que sea, no es jerarquización, la necesidad de cualquier tipo de gobierno o de jefatura queda en entredicho.
  

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